Saida Jainé Orellana

Presidenta de Asociación de Mangueros en el Nororiente de Guatemala y Miembro de COCODE, Aldea El Rosario, Río Hondo Zacapa

Hablar de la mujer en la agricultura aún en pleno siglo 21, es sinónimo de paradigmas, son muy pocas las mujeres que toman un rol protagonista en esta industria agrícola de “trabajo de hombre”, como la mayoría lo conoce. Cada día hay más mujeres involucradas en los diferentes segmentos de las cadenas productivas, según la FAO la tasa de mujeres trabajadoras en el campo se ha incrementado. Sin embargo, tan solo el 30% de las mujeres que están en el campo son propietarias de tierras agrícolas, un 10% accede fácilmente a un crédito y un 5% puede tener asistencia técnica en su producción. Demostrando que aún hay un camino que recorrer para conseguir la equidad de género en este gremio, sin embargo, hay muchas mujeres que ya han ido abriendo brecha.

Tal es el caso de una niña que nació hace 40 años, con un gran amor por el campo, de pequeña su juguete favorito fue una vaquita inflable de feria… Conforme ella creció su sueño era ser como su papá, un agrónomo dedicado al sector agrícola quien manejaba una pequeña granja.

Pero ese sueño siempre iba de la mano de una sociedad que decía que ese tipo de profesiones no era para niñas -las botas y el sombrero es de los varones-, pero en su mente solo podía imaginar que algún día sería ella quien trabajara a la par de su papá. Para suerte de su padre, con la esperanza de tener un hijo varón, que pudiera continuar con su legado del trabajo en el campo, tuvo solamente tres hijas, y es así como comienzan los conflictos de esta historia. A pesar de su suerte llevó a sus hijas a la ciudad, para que se preparan en otras profesiones distintas, dignas de una mujer, según dictaba la sociedad, pero con el tiempo, la niña, quien era la hija mayor, y su hermana la menor, quienes compartían el mismo deseo de trabajar la tierra, deciden regresar para cumplir su tan anhelado sueño, aun en contra de los prejuicios que la sociedad dictaban.

El camino desde allí no fue fácil. Entre el machismo del oriente de Guatemala, burlas y sarcasmos, ¡no había nada que las detuviera!, estaban empeñadas en demostrar que ellas también podían liderar estos cargos. Aunque al principio no las tomaban en serio, el padre al ver que sus hijas estaban empeñadas en seguir sus pasos, no le quedó más remedio que apoyarlas. Al inicio uno de los problemas más grandes que encontraron fue “el respeto a su autoridad” por parte de quienes trabajaban en el campo con ellas, ya que no aceptaban que una mujer tuviera la capacidad de decirles, cuándo y cómo hacer las cosas. Sin embargo, el trabajo mano a mano, y hombro a hombro, logró el cambio cultural que tanto necesitaban… poco a poco se fueron ganando el lugar, respeto y autoridad que merecían.

¡Una de esas niñas soy yo!, la mayor, y hoy por hoy, después de muchos años podemos decir que hemos logrado vencer los obstáculos que han ido surgiendo, rompimos y seguimos rompiendo paradigmas. Aprendimos a trabajar juntas y en equipo, con valores y en conjunto a toda la mano de obra que se requiere para la producción de nuestros productos, hombres y mujeres con equidad, respeto y empatía. Hoy estamos a cargo de la granja familiar produciendo Mango de exportación, semilla de maíz, entre otras actividades agropecuarias, formamos parte de la Red de Semilleristas de Guatemala, y personalmente fui presidenta de la Asociación de Productores de Mango de Nor-Oriente.

De todo esto, lo más importante es que disfrutamos de nuestro trabajo, la agroindustria no es fácil, las jornadas empiezan antes de salir el sol y se terminan hasta después del ocaso. Como mujeres a parte del trabajo pesado de la agricultura, somos hijas, esposas y madres, que atendemos nuestros hogares, criamos a nuestros hijos y brindamos ejemplo de equidad e igualdad con nuestras acciones. ¡Hace falta mucho por hacer!, pero hoy por hoy, al menos dentro de mi comunidad, El Rosario, Río Hondo, Zacapa, se ha logrado el equilibrio para poder hacerlo, demostrando que el trabajo agrícola también es trabajo de mujeres. A nivel mundial cada día somos más las mujeres que incursionamos en algún segmento de las cadenas productivas, aumentando al mismo tiempo la seguridad alimentaria y el bienestar de la familia, su comunidad y la sociedad. Varios estudios demuestran que: cuando es la mujer quien administra los recursos del hogar, es más probable que estos sean aprovechados de la mejor manera y se utilicen adecuadamente para alimentar a su familia y aumentar el bienestar en general, reduciendo así la desnutrición. Tenemos aún una gran brecha que recorrer, y seguir buscando la equidad de género, no solo en nuestro país, sino también a nivel mundial.

Aclaro que en ningún momento creo que esto de la equidad de género se trata de querer hacer lo mismo que un hombre, fisiológicamente fuimos creados distintos, pero, con las mismas capacidades, y derechos de tener las mismas oportunidades.

“La igualdad de género no es tan solo un ideal noble, es también crucial para el desarrollo agrícola y la seguridad alimentaria. Debemos promover la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres en la agricultura en pro de la sostenibilidad y la lucha contra el hambre y la pobreza extrema” – Jacques Diouf.

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